Inmerso en un bosque de coihues, ñires y cipreses, y al borde de uno de los lagos más imponentes de la zona, este pueblo mantiene latente la magia de los duendes. Acompañanos con libros de viaje a conocer Villa Traful de una manera única... el pueblo donde viven los duendes.Para llegar desde Bariloche hasta Villa Traful, es necesario atravesar el Valle Encantado, una formación rocosa que encajona el río Limay rodeándolo con misteriosas caras, formas de animales y hasta el “dedo de Dios”. En una esquina detrás de la última curva antes de cruzar el río Traful, se desprende el camino de ripio de 30 kilómetros hasta el pueblo.
El primer tramo se acomoda junto a la margen derecha del cauce para internarse a través de un valle que atraviesa las estancias de la zona. A poco de andar será posible ver un zorro gris que se cruza ligerito y se escabulle entre los pastos altos de los campos en busca de un sabroso bocado. Las liebres serán también una compañía en todo el camino. A veces hasta corren junto a nosotros saltando de un lado a otro delante del vehículo.
La primera señal de presencia humana aparece en la cima de una gran trepada con un cartel que indica “Mirador del viento”. Tan sólo alcanzar la cumbre y uno se dará cuenta del motivo del nombre y de la fabulosa vista longitudinal del lago hacia el poniente. Una pared natural de unos 100 metros de altura, impulsa el aire al infinito con tal fuerza que según cuenta la leyenda, es posible arrojar una piedra pequeña y que ésta vuelva hacia nosotros.
Siguiendo la huella que atraviesa la montaña aparecen las primeras poblaciones. Casas de troncos dispersas en el bosque, con sus chimeneas humeantes y sus cercos de madera. Los perros acostumbrados a tanta tranquilidad serán los primeros en salir corriendo a recibirnos. El punto de encuentro es una islita con dos surtidores antiguos, un supermercado y un pequeño cobertizo para el playero.
No esperes encontrar una ciudad, ni siquiera un poblado. La cantidad de casas no alcanza para eso y es precisamente una de las premisas del lugar. Sus calles de tierra se meten en el bosque y trepan la montaña en total armonía con la naturaleza que esconde sus viviendas, unos pocos negocios disimulados y unos cuantos lugares para degustar manjares. La costa del lago permanece casi virgen, sólo un muelle de madera interrumpe su oleaje y un puñado de pobladores locales que apenas se dejan ver, es todo lo que hay en este sitio.
Por eso también es la tierra de los duendes. Pequeños seres de los cuentos que muchos afirman haber visto en lugares solitarios, juntando agua del arroyo y llevando leña hasta sus hogres. Leyenda o no, el pueblo se asemeja mucho a eso. Sentarse en los sillones de la vieja hostería Traful, en contacto con los leños encendidos, a comer una torta casera de frutillas acompañada por una buena taza de chocolate caliente, es el placer más grande que podemos darnos.
O pasar la noche en compañía del silencio, junto a una gran fogata en el lago, en busca de satélites y estrellas fugaces en el cielo, que te harán dormir como cuando eras niño, al compas de las olas que empuja el viento hacia la costa, para ponerle ritmo al canto de los sapos.
Fuente y más info: librosdeviaje.com.ar
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