Ni Cleopatra con sus 5.000 años de historia, ni los romanos con varios siglos en su haber, pueden desafiar a los antiguos pobladores patagónicos con sus pictogramas impresos en el río Pinturas. Acompaña, a la familia de Libros de viaje en una nueva aventura por la Patagonia. Hoy, nos aventuramos a la Cueva de las Manos.Acceder a la Cueva de las Manos en el centro de la provincia de Santa Cruz es toda una aventura. El poblado más cercano es Bajo Caracoles, a 45 kilómetros del cañadón del río Pinturas, con un par de surtidores antiguos a la intemperie colmados de calcomanías de viajeros, un hotel construido en piedra y un puñado de casas que no llegan a formar una manzana.
El camino respeta el riguroso ripio de los últimos 300 kilómetros, internándose en la meseta hasta dar con el borde de un profundo cañón que se extiende por más de 15 kilómetros. Estamos en medio de la estepa patagónica rodeados de coirones amarillos y enormes bolas de neneos en flor. El viento revolotea por la zona provocando efímeros remolinos de polvo que se diluyen en el cielo.
El Centro de Visitantes asoma junto a grandes paredones al final del trayecto. La infraestructura del lugar es imponente y previo a colocarse los cascos de seguridad, es posible entrometerse en la historia íntima de los Tehuelches. El recorrido es de gran interés y permite amenizar el tiempo de espera hasta la llegada del guía.
Afuera el viento empuja fuerte desde las profundidades del río que corre unos 170 metros más abajo. No sólo es necesario abrigarse sino que también hay que tener un buen equilibrio y mucho coraje. El camino cada vez más al filo de la montaña se estremece frente a las paredes verticales que cuidan las pinturas rupestres de sus antepasados. A poco de andar comienzan las primeras expresiones de manos y el guía despliega todos sus conocimientos. También aparecen escenas de cacerías, animales y figuras geométricas. La profusión de colores y la nitidez de los dibujos es notable, con tonos que contemplan el rojo, ocre, amarillo, verde, blanco y negro; pigmentos extraídos de frutos, roca molida y plantas mezclados con grasa o sangre de los animales.
Más adelante nos topamos con la cueva en sí misma, un enorme hoyo natural en la roca de 24 metros de profundidad, 15 de ancho y 10 de altura, donde se refugiaban los aborígenes. Este lugar era estratégico ya que aquí se encuentra la única bajada al río en más de 15 kilómetros de paredes escarpadas, generando una concentración de animales que proveía alimento y agua al grupo de aborígenes.
La despedida es difícil de sobrellevar. El sitio emana una energía concentrada en miles de años que atrae e invita a quedarse acampando como lo hacían nuestros antepasados, en compañía de la naturaleza infinita que se expande generosa en esta hendidura dentro de la tierra.
Fuente y más info: librosdeviaje.com.ar
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