Si te gusta entrometerte en la bitácora de un viaje de exploración por la Patagonia, en la hoja de ruta que llevan los pilotos de una carrera de regularidad o en el diario de aventuras de unos montañistas que escalan el Aconcagua, sumate todos los martes a Historias de libros de viaje.
Hoy, con la temporada invernal a punto de comenzar, queremos compartir la previa que todos los años nos come los nervios hasta que llega el momento de salir a esquiar. Seguramente a todos nos pasa lo mismo cada vez que planeamos un viaje y se acerca el momento de arrancar. El día anterior al viaje apenas podemos cerrar un ojo, pero como tenemos que manejar y solemos devorar más de 1000 kilómetros en una sola jornada, nos esforzamos por descansar lo más posible.
Cuando suena el despertador todos saltamos de la cama y en menos de quince minutos estamos arriba de la camioneta que quedó preparada desde el día anterior. Nos gusta salir de madrugada para ver el amanecer asomándose entre los campos sembrados de Buenos Aires y cruzarnos con tractores, camionetas y máquinas cosechadoras en nuestra primera reposición de combustible. Con el cambio de aire, se suceden los kilómetros que nos alejan cada vez más de un lado para acercarnos vertiginosamente hacia el otro. Antes debemos hacer noche en algún lado y nada mejor que internarse en un pueblo pequeño y preguntarle a los locales por un buen hotel y un lugar para comer.
El nuevo día nos regala ese café con leche con tostadas y medialunas tan rico de los hoteles del camino y con el aire fresco de la mañana, nos disponemos a completar el viaje y a mitad de la tarde llegamos a las cabañas que nos reciben con una canasta llena de chocolates. Desempacamos y subimos al cerro con más de medio metro de nieve en la base que se transforma con gran rapidez en contundentes bolas volando por los aires.
La adrenalina de los últimos días se convierte en energía y la cruzada gana adeptos. Los chicos se agrupan para bombardear a los padres dando en el blanco la mayor parte de las veces. Las camperas se llenan de hielo y las risas se multiplican con cada disparo. Algunos ruedan por el suelo, otros buscan refugio entre la gente. Nadie sabe con certeza quien inició la batalla pero todos estamos muy contentos.
Cuando el sol merma su intensidad para acomodarse en un sueño profundo, las luces del pueblo se encienden para iluminar el camino a la cabaña. Un fuego en la chimenea y una sopa caliente devuelven la energía y el calor a los cuerpos cansados, que se relajan a sabiendas de que ya estamos en el lugar soñado.
Fuente y más info: librosdeviaje.com.ar
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