Al contemplar la quietud de sus calles de tierra, cualquiera diría que en Fiambalá nunca pasa nada. Pero pasa mucho. Pasa en las montañas de los alrededores, donde la naturaleza reparte termas y horizontes prodigiosos. Pasa en los viñedos, esas plantaciones que embellecen el panorama, y que dan vida a bodegas ganadoras de varios premios internacionales.
Pasa en el contacto con los paisanos, los de alpargata y mano amiga, los que a pesar de los pesares nunca se olvidan del gracias y del por favor. Pegadito a la cordillera, este pueblo sereno engaña al distraído, trayéndole aquellas y otras riquezas. Lo hace a jarro suelto, y en silencio. Sólo hay que aclimatarse a su ritmo y andar un poco para disfrutarlas.
Las impresionantes dunas catamarqueñas
En los alrededores de Fiambalá, la arena marca presencia. Hasta en la misma ruta se puede apreciar su influencia. Un polvillo pálido se esparce por el asfalto, continuando la huella hacia los laterales. Salvo por los cerros que cubren el horizonte, el paisaje es desértico. Apenas algún arbusto perdido. Y en eso, las dunas.
Estos gigantescos montículos son un verdadero espectáculo a los ojos. Nacen a partir de la fuerza que ejercen los vientos sobre las rocas, que provocan la erosión de las mismas y su posterior transformación en polvo. La lógica hace el resto. Con siglos y siglos de insistencia, el fenómeno ha convertido al oeste de Catamarca en un vergel de colinas de arena. Por su tamaño, varias de ellas configuran un atractivo turístico en símismo, lo que lentamente acrecienta la fama de los pueblos que las acogen.
Ejemplo de ello es Saujil. A tan sólo 15 kilómetros al norte de Fiambalá, la diminuta comarca alberga dunas de una magnitud asombrosa. La visita no queda en observación, y los pocos visitantes que hasta allí se llegan disfrutan lanzándose desde su cima. Con tablas de Sandboard (el equivalente al Snowboard en la arena) o a puro rodar, la diversión está garantizada.
Hay que subir hasta arriba, sentir el viento en la cara, y observar a lo lejos para caer en cuenta de la altura alcanzada. Lo mullido del terreno, no obstante, aplaca cualquier temor ante la caída. Otra localidad generosa en dunas es Tatón, a 30 kilómetros de Saujil. En cualquiera de las dos, sorprenderse es parte inevitable de la experiencia.
Fuente: Argentina.ar
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