Córdoba goza de infinidad de espacios naturales, como ventanas refrescantes a otro estilo de vida: el de la montaña. Más allá de la capital y los bucólicos pueblitos que encadenan los valles de Punilla y Traslasierra, hay un enorme tramo donde la sierra se hace grande, y alternativas en áreas casi desconocidas permiten practicar trekking, andar en bici o disfrutar en vehículos 4x4. Paredones gigantes se tornan palestras ideales para el rappel y la escalada, y algunos pozones de agua le dan respiro al caluroso verano. Desde la Posta del Qenti, base de operaciones para captar la energía del cuarzo y la mica, se puede conocer la historia de la región.
Con Carlos Paz, Mina Clavero y Villa Dolores como grandes villas turísticas y puntos cardinales, el recorrido triangular hacia las sierras mayores muestra un puñado de pueblos y parajes sorprendentes. Entre las dos primeras, la variante por el viejo Camino de las Altas Cumbres –entre Cóndor, Copina e Icho Cruz– y el tramo de paraje Giulio Cesare a Cura Brochero evocan la vida de montaña, los usos culturales de antaño y las aventuras de aquel cura gaucho entre pueblos aislados del paso asiduo de transportes y turistas.
Paralela a ese tramo de singular belleza pero complejo recorrido, hoy la nueva RP34 –pavimentada y bien señalizada– es la elegida por el 99% de quienes llegan a la región. Tanto el viejo camino (RP14) como la RP34 son retomados en algunos sectores por la RN20, que toca los grandes destinos entre Córdoba, San Luis y San Juan. Y aunque esas venas conectoras resuelven cuestiones comerciales y turísticas, eluden mucho del caudal lugareño, que bien vale rescatar.
Así la zona de las Altas Cumbres, con los picos de Los Gigantes y el cerro Champaquí como vigías del Cordón de las Sierras Grandes, desprende a ambos lados de su trazado enormes porciones de superficie con historia. Pampa de Achala, la quebrada del arroyo San Lorenzo, el pueblito de Villa Benegas, los puestos La Mesilla y La Ventana, y el heroico hogar-escuela Fray José María Liqueño atesoran gran riqueza visual, histórica y social. Se trata de una auténtica pradera de piedra instalada a más de 2100 metros, en un paisaje que nada tiene que ver con la imagen balnearia que eterniza el imaginario turístico sobre Córdoba.
Allí se vive de los animales, y cada tanto, morteros y puntas de flechas dejan claro el paso previo de nuestros antecesores por la región. Además de la altura y las dimensiones, sorprende también el clima: mientras la ciudad vive uno de los veranos más calurosos de su historia, la temperatura aquí es de cálida a fría, y en algunas circunstancias nubes brumosas y algunas neviscas lo colman todo. Por ello es indispensable conocer el paño: si bien hay caminos marcados y hoy los GPS son muy útiles para orientarse, carecen de información sobre los riesgos de la montaña, por lo que se recomienda salir con guía o muy bien asesorado.
Gran parte de estas sierras pertenece también a la Reserva Hídrica Provincial, una de las siete Areas Protegidas de la provincia, con 117.436 hectáreas extendidas entre molles, quebrachos colorados y cocos. Allí nace el 70% de los ríos que abastecen ciudades, cultivos, diques e industrias. Asimismo, y con el objetivo de conservar la biodiversidad y las cabeceras de esas cuencas, dentro de ella fue creado en 1996 el Parque Nacional Quebrada del Condorito, de 37 mil hectáreas. Habitado por una importante colonia de cóndores andinos, especie en peligro de extinción, sus dos balcones son privilegiados para ver ejemplares del ave más grande del planeta. Además de una grieta de 800 metros de profundidad, posee un río y lagunas donde los majestuosos animales se bañan, dando un espectáculo único en Latinoamérica.
Fuente: argentina.ar
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