A la ruta...
Ingresamos a la provincia desde La Rioja por la RN38 y la RP9 para empalmar con la RN60 ya en Catamarca, hasta el pueblo de Tinogasta. El día siguiente lo dedicamos a recorrer la Ruta de los Seismiles, que atraviesa la Cordillera de los Andes hasta el límite con Chile. El auto se desliza con suavidad por una recta de asfalto que rasga al medio una árida altiplanicie de pastos ralos, dibujando dos rayas paralelas que parecen encontrarse en un punto lejano. Y al fondo, un misterioso espejismo dibuja un charco rojo que es el reflejo de una montaña con sus minerales al desnudo, en este caso cobre oxidado.
Vamos rumbo a los Seismiles, el ilustrativo nombre de este circuito del noroeste de Catamarca que avanza entre descomunales volcanes de más de seis mil metros y culmina en el Paso San Francisco. Recorriendo este tramo de 197 kilómetros asfaltados de la RN60 se atraviesa la parte baja de un valle con 19 volcanes que se suceden, uno tras otro, con su forma cónica de bonete trunco. Y a sus pies se distinguen las coladas basálticas con las que vaciaron por completo su contenido, derramándolo por el valle como ríos de lava convertidos en negruzcos escoriales.
Hace algún tiempo –unos 80 millones de años– este pacífico lugar era un infierno de volcanes en erupción, mientras surgía desde el fondo del océano la Cordillera de los Andes. Sin embargo, hoy una nutrida fauna le otorga inusitada vida a la zona: como el medio centenar de flamencos que parecen petrificados, con las patas sumergidas en un espejo de agua, pero al acercarnos remontan vuelo para desaparecer aleteando tras una serranía como una nube rosada.
El paseo por los Seismiles es una relajada excursión que se puede hacer con vehículo común desde los pueblos de Fiambalá o Tinogasta. Un día entero sobra para ir y volver disfrutando del paisaje sin premura, e incluso darse un chapuzón en una terma que hay junto a la ruta, si no se quieren probar las más tradicionales termas de Fiambalá.
El circuito comienza 50 kilómetros al oeste de Fiambalá por la ruta que lleva a Chile, partiendo desde los 1550 hasta los 4726 metros de altura. A pesar de la altura considerable, la pendiente es muy suave y los autos no son exigidos en lo más mínimo.
Al norte se divisa el volcán Inca Huasi (6640 metros), el primero de los Seismiles, que no se pierde de vista en todo el viaje. A mitad del recorrido aparece la Cordillera de San Buenaventura, el límite austral de la Puna: aquí el paisaje se hace cada vez más desértico, matizado por lagunas pobladas de gallaretas, patos cordilleranos y flamencos. En el horizonte observamos el Ojos del Salado, que con sus 6879 metros (aunque algunas mediciones le dan algunos más) es el volcán más alto del mundo.
Y desperdigados en la lejanía se yerguen los volcanes Penk, Nacimiento y Aguas Calientes.
En el paraje La Gruta, a 4100 metros, hay un campamento de Vialidad Nacional con las oficinas de Migraciones donde se tramita el cruce a Chile y desde donde hay 21 kilómetros hasta el Paso San Francisco. El hito fronterizo está a 4726 metros y, pasado ese límite, se puede seguir unos kilómetros hasta la Laguna Verde chilena y pegar la vuelta o seguir 280 kilómetros no pavimentados hasta la ciudad chilena de Copiapó –famosa por sus playas– para continuar hacia el Desierto de Atacama. Pero ése ya es otro viaje.
El viaje a los Seismiles termina con sensaciones encontradas. Por momentos hay un ambiente con reminiscencias del paraíso, especialmente cuando nos topamos con las lagunas color turquesa llenas de coloridas aves. Y en otros lugares parece que atravesamos los restos de un remoto Apocalipsis de fuego, de cuando la tierra era una gran bola de magma burbujeante. De aquel tiempo quedan enormes cráteres calcinados, cerros de basalto, arenales negros y coladas de lava, todo sobrevolado por una contrastante y profunda calma.
Fuente: argentina.ar
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